2. I n i c i o : Primer día en IRO (Amn)
Después de los acontecimientos de la llegada a IRO y el encuentro con el joven Arata, el genasi se encuentra caminando por los pasillos del área residencial, bajo una tenue iluminación, observando detenidamente cada puerta y señalización. Por asuntos de confidencialidad no pudo obtener información respecto al hospedaje de su amigo, por tanto, no le queda otra que intentar percibir puerta por puerta alguna pista de su paradero. Entonces, a medida que avanza, puede escuchar los leves murmullos de la vida cotidiana que se filtran por debajo de las puertas. Risas, conversaciones y el sonido reconfortante de utensilios de cocina llenan el aire, haciéndole especular sobre qué tipo de residentes se podría encontrar y descartando posibilidades al no tratarse de quien busca.
Finalmente, llega a la puerta marcada con el número dieciocho. Reconoce en ella un tipo de magia protectora que tiene cierta rareza pero le resulta familiar. Inhala profundamente y exhala lentamente, llenando sus pulmones con determinación antes de golpear la puerta con una seña identificativa para el elfo. Sin embargo, no hay respuesta inmediata. Intrigado, el rojizo golpea de nuevo con un poco más de fuerza pero, nuevamente, no hay respuesta. Extrañado, acerca su oreja a la puerta y logra escuchar el arrastre de unos pies que se desplazan de un lado a otro, acercándose lentamente hasta el otro lado de la puerta.
—¿Amn? —se escucha muy cerca, debido a estar observando por la mirilla.
El residente decide entreabrir la puerta al reconocer su visitante, asomando solo parcialmente su figura. Su atuendo es más informal de lo habitual, pues lleva puesta una camiseta con un estampado estelar y unos pantalones cortos oscuros. Su piel, cubierta de numerosos símbolos, cicatrices y marcas, queda expuesta, al igual que su ojo sellado, que parece estar tomando ciertas libertades sin ese parche, y sus pies, por andar descalzo.
—Je, je. Te he encontrado, lunita —susurra juguetón, mientras se apoya en el marco de la puerta. Espera a que le permita entrar.
La expresión facial del pelinegro al recibir esta visita inesperada es un interesante estudio de emociones encontradas. Muestra una tensión en sus músculos faciales, demostrando su lucha interna por procesar la situación sin mostrar una reacción demasiado evidente. Aunque puede no reflejar completamente lo que pasa por su mente, Amn prefiere interpretar que tal vez se sienta entre confuso y feliz por dentro. Entonces, tras un breve silencio, la puerta se abre por completo y. sin darle tiempo al anfitrión para apartarse y ceder el paso, el genasi se lanza para abrazar con fuerza a su amigo.
—Aaah, ¿¿cómo se encuentra la estrellita de mi alma?? —lo hace retroceder un par de pasos hacia el interior y cierra la puerta con un par de toques con el pie.
—Está ..... .... desde que te está viendo —su rostro refleja un ligero descontento por la preferencia que tiene por el demonio, además de la inmovilización que le realiza con tal abrazo.
—¡¡Aaaah, claro que sí!! —le empieza a besar reiteradas veces el ojo sellado, ignorando por completo ese descontento.
—Basta, Amn... —le resulta incómodo, a pesar de no ser la primera vez. Cierra los ojos con fuerza—. Amn... —con un tono de advertencia que parece no servir.
—"Axmaq" —le besa la mejilla, como lo haría un hijo con su padre, y lo deja refunfuñando en paz por tal acto—. Woah, ¡esa ropa luce fantástica! ¿Estás bien? ¿Qué has estado haciendo? ¿Por qué no me has escrito antes? ¿Por qué no fuiste a ver-... —está por posar su mano en el hombro ajeno, sin embargo, la mirada del pelinegro y su rechazo le hace interrumpir el interrogatorio.
—Antes de que empiece a lamentarlo —haciendo un gesto con la mano para invitarlo a ponerse cómodo, al mismo tiempo que voltea para irse a otra parte.
—Je, je —preparado para husmear.
El escueto recibidor, el punto de partida de su recorrido, no tiene nada de especial pero sí algo que llama la atención. En él se encuentra simplemente una mesa auxiliar rectangular de madera oscura, debajo de la cual se esconden las repisas de un zapatero que está medio lleno. Por simple curiosidad, echa un vistazo rápido y descubre algunas cartas de IRO —algunas abiertas, por ser las encuestas que alcanzó a leer el residente y posteriormente ignoró—, un par de libros con un papel asomando entre ellos —parte del préstamo de la biblioteca— y un cuenco que contiene algunas llaves y escasos caramelos cítricos.
—Vaya, jamás habría pensado que fueras tan solicitado en este mundo —tomando una de las cartas abiertas.
—No lo estoy —se detiene antes de girar hacia la derecha, puesto que hay un pasillo que conduce a otras estancias, y observa al visitante—. Ah, eso... Probablemente recibas lo mismo. Ignóralo —realiza un gesto para que lo deje en su sitio antes de proceder a caminar por el pasillo.
La carta que husmea el genasi se trata de las preguntas de la segunda encuesta, y al tratarse de preguntas tan concretas comprende el motivo de la respuesta de su amigo: no le gusta compartir sobre él mismo a cualquiera.
—¿No quieres que se sepa tu grandiosa edad? Je, je —en su mundo suele ser común sorprenderse de la naturaleza de los elfos, aunque esta no sea un secreto.
—Me conviene omitirla —escucha proveniente del pasillo. Tal respuesta le hace pensar al genasi que esas cifras no parecen barajarse en este mundo.
—¿Algún humano sabe al menos el día de tu cumpleaños? —intenta dejar todo tal y como estaba.
—No —acto seguido se oye cómo se abre una puerta.
—Lástima —dice para sí mismo. No parece haber congeniado lo suficiente con alguien para ello, deduce—. Ah, imagínate un regalito esperando en tu puerta. ¿No sería genial? —en lugar de una respuesta solo oye cómo se remueve algo en otra parte.
Sus pasos lo conducen hacia la pequeña trifurcación del lugar. A mano derecha, el mencionado pasillo por el cual el ojiverde ha desaparecido. A mano izquierda, se encuentra una cortina de hilos que se interpone a lo que parece ser una cocina. Justo en frente, el camino que opta por tomar, se encuentra la sala de estar.
Grandes ventanales dejan entrar la luz del día, iluminando el espacio y ofreciendo una vista llena de vegetación que se extiende a lo largo de un balcón angosto. En ese balcón, cruzando una puerta corredera escondida tras unas cortinas de encaje ondeando suavemente con la brisa, se encuentran alineadas delgadas estanterías de varios niveles, sosteniendo una variopinta colección de plantas en pequeñas macetas. El rojizo no es precisamente hábil en la jardinería debido a la paciencia que esta requiere, pero admira la dedicación de su amigo, aunque este se limite a cultivar ingredientes.
—Qué bonito, ya veo que no pierdes costumbres —ver las plantas le transmite felicidad.
Su mirada se desplaza hacia el interior, en particular sobre dos pequeñas butacas negras que rodean una pequeña mesa hexagonal. En la silla más alejada, nota la presencia de un libro abierto, reposando con la portada hacia abajo. Encima de la mesa se encuentra una bandeja que sostiene una tetera exhalando un aroma natural de té blanco con toques de manzana y canela, una taza a medio consumir y una lámpara sin encender. En su zócalo se encuentra una repisa que resguarda el resto de la vajilla a la que pertenece la tetera, además de un séquito de marcapáginas.
Este escenario es acompañado por un par de estanterías de madera que albergan una gran colección de libros, mostrando el amor por la lectura del propietario. Mientras que en la pared opuesta hay una vitrina con varios objetos —entre los cuales la caja proporcionada por el director—, y un piano electrónico que tiene unos auriculares conectados a él.
—No me habías dicho que tenías todo esto —frente al piano, dispuesto a tocar sus teclas—. Solecito disfrutaría mucho visitándote —pulsa varias teclas al no escuchar nada, debido a estar apagado.
—No toques todo lo que veas, Amn —hace acto de presencia sosteniendo una gruesa carpeta, asustando al visitante.
—¡Ah! Perdón —voltea, viendo cómo el ojiverde aparta el libro de la butaca para proceder a sentarse en ella. Decide tomar asiento en la otra mientras su amigo revisa el contenido de los documentos—. ¿Qué es eso? —se inclina hacia delante, quiere ver.
—Lo que pretendía enviarte, pero parece que ya no es necesario —se lo ofrece para que eche un vistazo.
El resto del día se emplea en ponerse al tanto de la cuestión que les afecta. Horas enteras pasan revisando documentos, consultando libros y discutiendo hasta donde su memoria les alcanza. La tarde se va desvaneciendo lentamente en la noche mientras trabajan incansablemente para decidir qué hacer. Sin embargo, alrededor de la medianoche, deciden posponerlo para que el recién llegado pueda descansar.
Último día en IRO (Amn)
—Por favor, no olvides todo lo que te he escrito y te he repetido varias veces —insiste una vez más.
En la entrada de la residencia, el rojizo aguarda junto a su amigo. Su equipaje, preparado para el regreso al otro mundo, reposa a su lado. Solo les resta esperar un vehículo que el hechicero ha solicitado al contacto de confianza que tienen en común, con la intención de evitar cualquier complicación durante la partida del ex-residente. Por seguridad, la conversación transcurre en élfico.
—No habrá sobreesfuerzos, es un lugar demasiado tranquilo —supuestamente.
—¡Eso no es lo que me preocupa! Te ruego que no confíes en tu alto umbral del dolor. Me lo has puesto difícil con tu maldito pacto, no cometas más imprudencias —su rostro es una mezcla de preocupación y descontento.
—Si por cualquier motivo sucede algo, retomaré el pleno reposo —promete. Procura no hablar mucho, pues sus cuerdas vocales se han visto afectadas.
—Sabes que ese no es el problema, ¡aunque más te vale! Te lo digo otra vez: no quiero que Estrella active los nuevos sellos antes de que soluciones ese tema. Insisto en que no va a ser bueno para los dos —suspira.
—No es necesario repetir que no ha sido una buena idea por activa y por pasiva —breve pausa debido a una leve tos—. Te recuerdo que ha de suceder una situación excepcional que nos comprometa y, como te he dicho desde hace una semana, es poco probable. Lo has visto tú mismo, este mundo es menos problemático —supuestamente. Desvía su mirada detrás de Amn, pero el coche todavía no hace acto de presencia.
—Bueno... vale —le concede parte de razón por lo último que menciona—. Es que... —se muerde la lengua para no insistir más.
—Ruiseñor presta su confianza en este lugar y he de traspasar su mensaje... Todo quedará zanjado en cuanto recupere fuerzas —esa es la intención. El rojizo asiente, confiando en que así se hará.
—Acuérdate de mi carta y escríbeme si sucede algo más —ya no sabe qué más decir, prácticamente está todo dicho.
—Me hago a la idea de dónde puede estar —mira de reojo la residencia, más o menos en la dirección donde se encuentra su cuarto.
—¡Genial! Seguro que Jay se pondrá contento —su tono es un poco más alegre.
—¿Lo demás ha sido entregado? —sabe que ha escrito más de una carta.
—Oh, sí, sí. Espero que sean rápidos —desconoce las ultra habilidades del mood repartidor de Aki.
—¿Las llaves? —no le ha acompañado a recepción, así que prefiere asegurar.
—¿Las...? —remueve los bolsillos, porque no está seguro—. ¡Ja, ja, ja! Pues no —acaba sacando la lengua bien travieso.
—Me ocupo de ello —extendiendo su mano.
—Pero puedo ir yo un momento, ¿no? —sin embargo, el ruido de un vehículo y la mirada del pelinegro le conceden la negativa—. Vaya, quería preguntarle a Hiro que se siente trabajar en un lugar con su nombre —se encoge de hombros mientras le da las llaves.
En su llegada leyó mal su nombre en el identificador que lleva colgando, por lo que cree que se pronuncia igual que "IRO". Por parte del pelinegro, se limita a negar con la cabeza por lo que acaba de escuchar.
—Estoy triste, quiero estar más tiempo —pero no puede, no se lo permiten.
—Noctua es fácil de convencer con las palabras adecuadas. Si llega a pasar, te prometo llevar a un bar clandestino que hay en la ciudad —mientras abre la puerta del coche.
—¿Sí? Tengo muchas ganas, espero que sea pronto —se aproxima al coche con el equipaje en mano, pero todavía no se atreve a entrar—. Cuida bien de ata para que nos veamos más —le menciona a Aiur, pero es presionado para que vaya dentro de una vez—. ¡Ya, ya, ya! ¡No me echéis de menos! ¡Volveré! Aaah, os quiero mucho —la puerta se cierra antes de mencionar las últimas palabras.
El genasi coloca la palma de su mano sobre la ventana en un gesto de despedida, y el elfo responde con un sutil asentimiento de cabeza. El coche emprende la ruta de vuelta, y siente un ligero nudo en la garganta mientras se aleja poco a poco de su amigo. Sabe que va a extrañar de nuevo esos momentos juntos, pero se lleva la gratitud de haber conocido a otros residentes. Se pregunta si será posible regresar y cuánto cambiarán las cosas hasta entonces.