Madrugada del día anterior a la llegada
Era una madrugada oscura y tormentosa en el imperio de Iomut. Las sombras se alargaban por las calles empedradas, y el viento ululaba a través de los estrechos callejones. En medio de esta atmósfera lúgubre, el joven Amn estaba en su humilde hogar, una de las habitaciones de la zona residencial del edificio de la Hermandad del Platino.
Su morada es un refugio oscuro y claustrofóbico sumido de un aura inquietante. En esas horas, la estancia estaba sometida en la penumbra, iluminada por la suave luz de algunas velas y la propia existencia del genasi, cuyas llamas danzantes arrojaban sombras grotescas en las paredes revestidas de antigüedades. No necesitaba más ante su visión nocturna. La atmósfera era densa y cargada, como si estuviera impregnada de energía sobrenatural, debido al olor a incienso, azufre y a sustancias desconocidas que flotaban en el ambiente, evocando una mezcla de fragancias dulces y amargas que parecían emanar del mismísimo abismo.
Una estantería de roble oscuro, que se extendía de suelo a techo, se encontraba en una de las paredes. En ella se alineaban libros encuadernados en cuero desgastado y con títulos en lenguas olvidadas. Las obras contenían conjuros ancestrales, relatos de demonios y abominaciones cósmicas, tratados prohibidos sobre la naturaleza del mal y los planos infernales, y otras obras que escapan de nuestra curiosidad. Cualquiera que tuviera el valor de acercarse, podía sentir cómo los volúmenes parecían susurrar palabras incomprensibles, invitando al lector a desentrañar sus más recónditos secretos.
Junto a tal imponente mueble, y repartido por el antro, se hallaban tapices característicos de las tierras desérticas de Zakhara y decoraciones con extrañas imágenes y símbolos esotéricos que parecían retorcerse y moverse ante la mirada. También colgaban símbolos y amuletos, algunos enmarcados y otros enredados en finos hilos que pendían del techo. Eran protecciones contra las entidades sobrenaturales que el demonólogo había invocado y estudiado en su búsqueda por desentrañar los secretos del inframundo.
El suelo de la habitación estaba cubierto por una gastada y raída alfombra que parecía haber visto innumerables rituales y conjuros. Bajo ella, las tablas de madera crujían como si ocultaran secretos olvidados y horrores inimaginables. En algunos tablones todavía era posible ver parte de un círculo mágico dibujado con tiza, rodeado de inscripciones arcanas, que marcaban el lugar donde el demonólogo convocaba a entidades del más allá. Aunque vacío en ese momento, el círculo parecía a simple vista palpitante, como si fuera una puerta que separaba este mundo del reino de las sombras.
En una esquina de la habitación se erguía, junto a una cama llena de plumosos cojines, un atril antiguo con un libro abierto sobre él. Sus páginas estaban escritas en una lengua arcaica y desconocida para cualquier individuo ajeno a la materia, con ilustraciones grotescas que representaban criaturas infernales y escenas de sacrificios. Mientras que en el centro de la habitación, una mesa de madera maciza se alzaba como un altar profano. Sobre ella reposaban objetos enigmáticos: cráneos pequeños de criaturas desconocidas, huesos antiguos grabados con símbolos arcanos y frascos llenos de líquidos de colores inusuales. Pergaminos amarillentos y pergaminos adornados con jeroglíficos ininteligibles se apilaban en desorden, revelando la labor incansable del demonólogo en la búsqueda de esos conocimientos prohibidos.
No era muy difícil afirmar que los aposentos del genasi es un espacio donde los límites entre lo humano y lo inhumano se desdibujan, donde el eco de antiguos secretos y horrores primordiales resuenan en cada rincón y donde el conocimiento prohibido se convierte en una maldición en sí mismo. Un reflejo de su mente, un testimonio siniestro de su obsesión por el conocimiento prohibido y su estrecho vínculo con las fuerzas malignas.
Aquellos que osan adentrarse en este santuario del ocultismo lo hacen bajo el riesgo de atraer la mirada de seres que no deberían ser nombrados, pero los miembros de la Constelación del guiverno plateado ya están acostumbrados a ello. De hecho, la madera antigua de la puerta crujió ligeramente cuando una elfa levantó su mano delicada y tocó suavemente el panel tallado. El sonido resonó en el silencio opresivo de la estancia, rompiendo la calma y envolviendo el aire con una sensación inquietante.
—Adelante, todavía estoy despierto —acabando de guardar algunos tomos en esa grotesca estantería.
Tras un momento de espera, la puerta se abrió lentamente, revelando para la elfa la oscuridad del interior. El demonólogo, que estaba envuelto en una simple túnica negra con detalles rojizos, observaba con entusiasmo la aparición de la visitante. La piel de la joven tenía un tono café y, como es habitual entre los suyos, no había rastro de imperfecciones en su rostro, solo una suavidad impecable que parecía emerger de la pureza misma de la naturaleza. Su cabello fluía en cascada, suave y sedoso, como hebras de luz dorada, imitando la textura de los rayos del sol o de las estrellas brillantes en una noche clara. Esta vez lo llevaba suelto, cayendo en ondas naturales sobre sus hombros. Sus rasgos faciales eran finos y delicados, ojos plateados, con pómulos suavemente definidos y labios carnosos que parecían perpetuamente curvados en una sonrisa majestuosa. Su nariz era pequeña y recta, en perfecta proporción con el resto de su rostro, otorgándole una apariencia de nobleza y pureza. Se vestía ataviada en un traje de caballero de tonos blancos, que emanaba una presencia majestuosa y valiente a pesar de su apariencia delicada y grácil propia de su raza. Su armadura era una obra maestra de elegancia y funcionalidad, confeccionada con placas doradas que se ajustaba perfectamente a su figura esbelta. Los detalles intrincados adornaban cada pieza, mostrando un esmero artesanal que combinaba belleza y protección.
—Hay unos documentos a tu nombre... —cerró la puerta a sus espaldas—. Es una copia de los informes de nuestra luna —con una voz suave pero firme.
Se aproximaba al rojizo, que con su porte y movimiento, emanando una elegancia natural y una gracia sin esfuerzo, como si cada paso que daba estuviera en armonía y el ritmo de la tormentosa noche.
—Oh, espero que nuestra estrella se encuentre bien —liberó sus manos de un tomo pesado—. ¿Por qué no te quedas un rato para saber de su contenido? —tomó el puñado de papeles con una mezcla de curiosidad y seriedad.
—Me gustaría, pero... —soltó un suspiro—. También quería verte —le sonrió con ternura.
—Ah, mi solecita está exhausta... —la envolvió entre sus brazos, con sumo cuidado para no dejar caer lo que estaba sosteniendo—. Debes verme más a menudo —intercalaba sus palabras con besos sobre sus cabellos.
—Perdóname... —se enterraba en el cuerpo del joven, cuyo calor corporal resultaba reconfortante—. Aunque parece que la balanza pesa más en ti —risueña por los besos que estaba recibiendo—. Suéltame, tengo cosas que hacer... —pero no deseaba irse, lo necesitaba.
—Solo por esta vez... —liberándola de sus brazos—. Luego no quiero saber que añoras que recorra tus muslos... —una de sus manos recorría poco a poco la zona, pero la elfa le tapó la boca para que no dijera más, aunque el genasi proseguía expresando gruñidos para que intuyese sus atrevidas palabras.
—¡Amn! —apartaba también su aventurada mano, avergonzada por cada perversidad que estaba interpretando de esos sonidos—. Ya nos... ya nos veremos —giró sobre sus talones y comenzó a alejarse de la habitación apresuradamente, desvaneciéndose por los pasillos de la torre como si nunca hubiera estado allí. Lo deseaba, pero no era la mejor noche.
Con paso lento y decidido, el llameante joven, tras cerrar la puerta a cal y canto mientras esbozaba una pícara sonrisa, se dirigió hacia su mesa de estudio, el altar, y en lo que resta de noche comenzaría a desentrañar los textos que los informes contenían.
Aunque parte de ello relataba la existencia de una residencia y las observaciones de cómo se integraban faeries en ella, no era lo que más estaba acaparando su atención. Oz se encontraba atrapado en una espiral de eventos desafortunados, marcados por la influencia maligna que lo poseía, y los estaba relatando lo más detallado posible para su amigo.
En primer lugar, sus pensamientos se llenaron de visiones aterradoras, donde monstruos deformes y figuras sombrías acechaban sin piedad sus viejos recuerdos. Aunque parte de él estuviera habituado, a veces se encerraba en su cuarto sin poder distinguir la realidad de la fantasía distorsionada.
El demonio también se deleitaba en jugar con su mente recurriendo a voces susurrantes, que llenaban su cabeza con pensamientos oscuros y auto-destructivos. Quería empujarlo hacia el abismo de la desesperación y la locura.
Poco a poco, la influencia del demonio se filtraba en su vida cotidiana. En momentos de malestar, ira o frustración, experimentaba un acceso de furia descontrolada que intentaba reprimir, como si una fuerza demoníaca tomara el control de su cuerpo y sus actos. Entonces, de repente podía ser impredecible ante otros residentes aunque con ellos no había llegado a mayores.
Los episodios más escalofriantes ocurrían cuando el demonio tomaba el control parcial de su cuerpo. Su portador era incapaz de tomar acción mientras el demonio se movía a través de él, realizando acciones siniestras y maliciosas. Por suerte no podía salir de su cuarto, pues permanecía febril en cama.
Finalizaba la lectura con el reencuentro del nombre Asmodeus y la revelación de que los exorcismos y rituales que conocía solo lograban una breve pausa en la opresión.
—Te advertí que no podías partir sin hacerte el chequeo —estaba enfadado por la imprudencia de su estimado amigo.
Tarde del día anterior a la llegada
Durante la mañana, la mesa de estudio estaba cubierta de ingredientes y sustancias extrañas, cada una con un propósito específico que podría ayudar al joven elfo con su mal interior. Con manos hábiles y precisas, el demonólogo estuvo preparando una serie de soluciones y elixires, combinando hierbas raras, polvos místicos y minerales conocidos por sus propiedades purificadoras y protectoras. Un aroma peculiar y penetrante llenaba la habitación mientras mezclaba los ingredientes con cuidado, siguiendo antiguas recetas novedosas para él y rituales olvidados que tenía pendiente por explorar. Además, utilizó metales preciosos y piedras sagradas para crear símbolos que ayudarían a bloquear la influencia del demonio y proteger al joven de sus ataques internos. Con cada grabado y encantamiento, infundió su intención y energía en estos objetos de salvación.
El tiempo pasó velozmente mientras el demonólogo se sumergía en su labor, en un estado de concentración y enfoque absoluto. Su experiencia y conocimiento se manifestaban en cada movimiento, palabra susurrada y símbolo trazado. Cuando terminó, observó con satisfacción su obra, consciente de que estas soluciones eran experimentales pero que podrían representar un gran avance en sus meticulosos estudios. Consciente de la importancia de su misión, sabía que necesitaba la aprobación de su superior para llevar a cabo su plan de acción. Así pues, decidió buscar a Noctua en la sala de reuniones del guiverno plateado.
Ante la puerta de roble macizo, el flamante joven se detuvo un momento para componer su mente y afinar sus palabras. Sabía que debía presentar su solicitud con humildad y justificar la necesidad de su presencia junto al joven atormentado. Entonces, con un golpe suave pero decidido, llamó a la puerta y esperó pacientemente. Tras unos momentos, la puerta se abrió, revelando la figura del pequeño hombre-lechuza. Sus ojos sabios y penetrantes se encontraron con los del genasi, y en su mirada se percibía una mezcla de curiosidad y sabiduría. Con un gesto de cabeza le invitó amablemente a entrar para mantener la privacidad de la conversación.
La sala de reuniones era un lugar de sabiduría y solemnidad. Ubicada en el corazón de la orden, siendo un espacio destinado a la toma de decisiones y a las discusiones de importancia crucial. Las paredes de la sala estaban revestidas con paneles de madera oscura, tallados con intrincados diseños y símbolos arcanos. El ambiente era sobrio, con una iluminación tenue proporcionada por candelabros de hierro forjado que colgaban del techo abovedado. La luz de las velas proyectaba sombras danzantes en las paredes, estanterías y tablones, creando una atmósfera misteriosa y solemne.
En el centro de la sala se encontraba una gran mesa circular, hecha de madera maciza y adornada con tallas en relieve que representaban escenas mitológicas y criaturas sobrenaturales. La superficie estaba cubierta con pergaminos enrollados, libros antiguos y documentos importantes, testimonio del vasto conocimiento y la información valiosa que se compartía allí. Alrededor de la mesa, habían catorce sillas de respaldo alto, también talladas con detalles intricados y cómodamente acolchadas. Cada silla representaba un asiento para los miembros de la orden, demostrando su igualdad en la búsqueda del entendimiento y la lucha contra las fuerzas oscuras. Una de ellas estaba ocupada por el oráculo del Ruiseñor, que estaba poniéndose al día de otros informes.
—Me dirijo a vos con una petición de suma importancia —pocos eran a los que se dirigía con tal formalidad—. He realizado investigaciones y preparaciones para Oz y Estrella. Necesito vuestro permiso para enfrentar esta situación personalmente y utilizar las soluciones que he desarrollado. No puedo garantizar que funcionen si no estoy personalmente supervisando el proceso, por lo que os ruego vuestro permiso para evitar agravar el problema —el oráculo escuchó atentamente las palabras del demonólogo, frunciendo levemente el ceño mientras meditaba sobre la solicitud.
—Comprendo la urgencia, pero debéis ser muy discreto con este propósito —irguiéndose antes de proseguir—. Vuestras habilidades se limitan al confinamiento de ese sitio del cual hemos sido advertidos. En el caso de aventurarse más allá, estáis condenados a no hacerlo sin compañía. Quién sabe qué insondables horrores podrían desencadenarse si os permitiéramos vagar libremente entre los humanos, siendo la primera vez que os presentáis. —el genasi asiente, pues estaba fuera de su alcance disputar por esas condiciones—. Partiréis en la próxima aurora. Sed consciente de que las provisiones son escasas, e informad a vuestro compañero que asumirá el peso de la responsabilidad mientras nosotros nos afanamos en procuraros nuevos suministros mientras solucionáis tal entuerto.
—Entiendo. Agradezco vuestra consideración y estaré a vuestra disposición para discutir cualquier inquietud o precaución que desee abordar antes de mi partida —con esas palabras, se retiró de la sala de reuniones, dejando al hombre-lechuza inmerso en sus pensamientos.
