El arte de la contemplación

Oz & Dai ❙ Cerrado ❙ En curso⌛

En cuanto su invitación a retomar el rumbo es aceptada, comienza a caminar a paso lento por el lugar nuevamente. Esta vez, guarda las manos dentro de los bolsillos del pantalón por mera comodidad; no obstante, antes observó un segundo la hora desde el reloj que llevaba en la muñeca diestra: una mera costumbre.

«Mi poder...» dice en sus adentros.

No tenía problema en hablarle sobre aquel, el problema para Dai era verse en la obligación de hurgar en la memoria de Oz, y tal vez no solo en la de él, como consecuencia. Transmutar recuerdos no era algo que le gustaría volver a repetir para nada.

«La talla japonesa...» susurra tras oír el deseo del chico.
Se limita a asentir en un lento y sutil movimiento afirmativo con la cabeza, guardándose gran parte de sus pensamientos sobre ello.

—¿Ha renunciado ante una posible cura? —pregunta, observando al chico de soslayo antes de hacerlo directamente por unos cuantos segundos.

—En cuanto a mí... —hace una breve pausa—. Salvar a otros —añade, manteniendo la mirada en una puerta frente a ellos sin ningún signo que señalara su función.

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Oz & Dai | Cerrado  | En curso

—«Me ABurrOooOOoo... Haz que haga más de ese débil poder» —como si ante él tuvieran a un bufón.

Cada vez le resulta más tentador intervenir, pero incluso el más despiadado de los demonios respeta sus pactos.

—«Si no quieres prestar atención, estoy tardando en darme el chute» —refiriéndose a una medicina que lo calma.

—«¿Y dejarte con este? Si no renuncias a mí, yo no renuncio de ti» —ríe maquiavélicamente.

Tanto la nueva pregunta como las palabras de la voz, hacen que el parches se encoja de hombros.

—Es una condena que he aceptado —con la mirada un poco gacha por el trasfondo de tales palabras.

Incontables son las veces que este tema se ha paseado por su mente y, aunque sus vidas se encuentren sumamente enlazadas, quien cuelga del hilo no es ni más ni menos que el propio Oz. No existe ningún noble desenlace para él más allá de ser recordado por unos pocos, que ni por asomo siente que sea merecedor de ello.

Cualesquiera que fueran los pensamientos y quejas que desencadena esta pregunta, es interrumpido por la respuesta que le ofrece.

—«...» —curiosamente le traga el silencio.

Por lo que respecta al pelinegro, su actitud se torna un poco más seria.

—"Salvar" es un término que os viene grande. ¿Deseáis despojar el poder de solucionar asuntos propios y volveros la suma dependencia de todo aquel al que tendáis vuestra mano? ¿O realmente consideráis que existe un peligro que debáis impedir? ¿Qué significa ese deseo? —osa preguntar, sin pensar si puede llegar a ofenderle.

Es un instante que tiene más que nunca en mente su mundo, la orden a la que obedece y los designios de su superior. Sin embargo, es muy probable que solo esté confundiendo el sentido de las palabras que acaba de escuchar. No pretende juzgarlo, pero está harto de que dicho término se encuentre tan a la ligera en boca de todos mientras el mundo se vuelve decadente.

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«Aceptar» y «renunciar» no era lo mismo para Dai, mas no quiso tirar de aquel hilo. Antes ya había mencionado que no tenía prisa y esto se expandía hacia diversos aspectos. Tal vez se podría considerar un desperdicio al sentir que Oz se hallaba dispuesto a contar más de sí, pero, nuevamente, no había prisas para el peliblanco.

Las posteriores palabras del chico no perturbaron la serenidad del director. De alguna forma le parecía haber oído parte del resumen de la vida ajena.

—«Los deseos se encuentran en una baja frecuencia» decía mi maestra —introdujo, tomándose su tiempo para recordar parte de sus enseñanzas—. Un deseo ha de ser lo que me mantiene en este plano terrenal de cierta forma. Pienso que pequeñas acciones pueden conllevar grandes cambios.

El moreno se sentía pleno.
No pretendía convertirse en ninguna clase de figura a seguir para nadie pese a haber sido apodado Arquitecto. Además, de cierta forma se encontraba cumpliendo uno de los objetivos de su maestra en la residencia cual deuda siendo saldada, algo que podría considerarse «linaje» también.

Curiosamente, pese al trabajo que llevaba a cabo, era centro de desconfianza para otros con «poderes» y conocedores de su historia a rasgos muy superficiales.

Exhaló por la nariz de repente. La puerta que antes veía había quedado atrás y desaparecido sutilmente. Había pensado invitar a Oz a cruzarla, pero cambió de parecer.

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El breve silencio que se instala tras esa respuesta parece ser una invitación para que su demonio interior desate su correspondiente verborrea. Cada frase que se forma en su mente deja en claro su desagrado hacia su acompañante, aunque resulta bastante previsible. Por otro lado, su portador decide permitir que su inquilino se desahogue sin interrupción alguna. Acciones como esta hace que pase por alto susurros o indicios de que Dai desee desviarse por otro camino.

—«Admito que agradezco tu compromiso para que esto no acabe en una carnicería» —no era habitual que la voz se comportara tan bien, por lo que sin duda más tarde sería debidamente recompensado.

—«MáS Te vaLE...» —se siente frustrado y pinceladas de ese sentimiento se transmiten a su portador.

Alcanzar una convivencia en un solo cuerpo implica, en ocasiones, que ciertas emociones se vuelvan más transversales. Hace un esfuerzo por evitar que esa sensación se refleje en sus palabras, por lo que relaja su tono antes de hablar.

—¿Vale la pena? —un sinfín de preguntas se agolpa en este punto de la conversación, pero decide dejarlas en suspenso por ahora y centrarse en lo que realmente debería importar.

Es consciente de que las circunstancias y los puntos de vista de ambos difieren considerablemente, lo que le lleva a preguntarse cuál es la implicación del director en todo este admirable deseo, pues recuerda la ciega tendencia de su superior por sacrificar hasta la última gota de sangre por el bien de los demás. Sin embargo, sabe que esta no es la ocasión adecuada para adentrarse demasiado en temas más profundos, de hecho, cree que ha revelado más de lo que tenía previsto, por lo que solo se puede vislumbrar una pizca de lástima en su expresión ante tales recuerdos.

Es un sentimiento que se manifiesta cada vez que piensa en su jefe, y es compartido por otros que también reciben sus órdenes directas. A pesar de ser un líder que tampoco tiene el deseo de convertirse en un referente, parece haber ocurrido de forma inevitable en el caso del pelinegro.

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—Sí, todos podrían beneficiarse. Se es capaz de ver más caminos que en algún punto se cruzan con el de otros —respondió, observando el camino más que las obras de artes que iban dejando atrás—. Solo doy un... empujón —añadió, sopesando esta última palabra.

—Creo que el peligro más importante es uno mismo.

Se refería a que la persona misma era lo más peligroso para sí. Había recordado las recientes palabras de Oz sobre algún peligro.

De pronto observa al pelinegro directamente. Nota un rastro de un sentimiento que no pensaba que podría ver en este encuentro, por lo que mantiene sus pupilas en el rostro del chico.

—Pienso que no vale la pena si uno antes no se salva a sí mismo —añadió de pronto.

Por ello Dai se sentía pleno. No tenía nada pendiente consigo mismo en la Tierra aun si se encontrara cumpliendo uno de los objetivos de su maestra. Esto no era ninguna clase de carga ni impedimento, y hasta podría ser visto como un pasatiempo. No obstante, también era una forma de llevar a cabo lo que había mencionado como «deseo», mas no la única.

Por otra parte, por donde se encontraban caminando no era fruto del azar. Cada vez había menos personas hasta que tan solo fueron ellos tres, el eco del calzado de Dai y una puerta que lucía como cualquier otra, frente a la cual se había detenido el peliblanco.

Sin decir nada, lo invita a cruzarla con la palma de la mano apuntando hacia ella. No había nada aparentemente fuera de su lugar; sin embargo, en caso de que su acompañante aceptara su invitación, al abrirla lo primero que observarían sería un cuarto por completo oscuro que no podría ser iluminado por absolutamente nada.

Frente a lo desconocido, Dai comprendía que el temor podía apoderarse de la persona, por lo que se tomaría el atrevimiento de posar la mano en la espalda del chico si detectara algo como tal, mas no solo por dicho motivo, sino como guía también. Posteriormente, tras un paso nada sucedería, tras otro tampoco, pero en cuanto ambos estuvieran a tres alejados de la puerta, esta se cerraría y desaparecería su existencia del interior del museo. Unas vibraciones se apoderarían del cuerpo de ambos, podrían, probablemente, oír unas voces cuyas palabras serían diferentes para cada uno.

Finalmente, podrían ver la luz de lo que restaba del día en aquel encuentro al abrirse una puerta frente a ellos, pero en el techo del museo. Al cruzarla por completo, se desvanecería todo rastro de ella y las vibraciones cesarían. Tal vez solo quedarían algunas secuelas que no tardarían demasiados minutos en desvanecer también.

Última modificación realizada por Thane (El 27-05-2023 à 03h05)

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—«AaH... EStá devORaNDo tU meNTe sin qUE Te deS CUentA...» —su risa maquiavélica se vuelve a manifestar.

Al demonio, evidentemente, no le importa el beneficio mutuo y toda la parafernalia de la que se habla en esta conversación. En este mismo instante, prefiere que su preciado portador abrace su oscuridad y rechace al individuo que le acompaña.

—«Aiur...» —como un breve llamado de atención.

Ese breve sentimiento de lástima se desvanece, pues toma su lugar la plena duda. Aparta la mirada para no quedar tan evidenciado, pero gruñe expresando comprensión con esa afirmación. A partir de aquí, el silencio los lleva de la mano entre esas obras de arte.

—«¿Tal vez...?» —por una vez intenta acudir a la voz.

—«NnAaaaHhh...» —pero evade cualquier intento de profundizar en este tema—. «Te CONVIENE prEStar ATEnCIóN...» —le retorna sus propias palabras de inmediato, con un tono más grave.

Extraño es que mencione tales palabras en vano. Estimando un poco el rumbo de sus pasos, esa puerta se cruza en su mirada. Una puerta como cualquier otra, dicen las malas lenguas.

—«¿Metacreatividad..?.» —intenta encajar lo que sus ojos ven con lo que su memoria recuerda, pues la certeza le embarga al darse cuenta de que esa puerta misteriosa no estaba allí en días pasados

Sus ojos escudriñan su forma en busca de posibles respuestas, tratando de desentrañar si su intuición está en lo cierto. Oz conoce algunos detalles de lo que se llama seres psiónicos, no obstante no está del todo seguro al no haber tratado directamente con alguno. Para él, y muchos otros, es un extraño poder mental en manos de pocos individuos que lo desarrollaron espontáneamente como si un talento más se tratara. Aunque rara vez tal poder se practique en el mundo del que proviene, se le conoce como el arte invisible y coloquialmente como magia mental.

—«QUiéN sABe...» —tampoco es conocedor de tales poderes, por lo que permanece más alerta que de costumbre.

¿Qué secretos ocultará tras su umbral? O, mejor plantearse, ¿cuál es el motivo de todo esto? El destino, caprichoso como siempre, presenta un desafío intrigante ante ellos, dejando a la incertidumbre como única guía en este camino. Así es como ambos acaban ante esa puerta, sin alguna objeción mas una mirada de un curioso «¿Qué tramas?» ante tal invitación.

—«UhGfmFPH...» —gruñe cuando establece contacto al poner la mano sobre ella.

Opta por abrirla de par en par, pero no por cruzarla de inmediato. Ambos contemplan ese infinito abismo, atraídos por lo desconocido.

—«No... Debe ser psico... portación...» —pensativo al respecto, pues tampoco está del todo convencido.

Sin más dilación, procede a adentrarse para que la oscuridad los engulla.

—«AgGHMFhg...» —le desagrada no identificar ninguna figura mire por donde mire y, posteriormente, sentir esas incómodas vibraciones que para él son bastante intensas.

Quiere más que nunca herir al peliblanco, pero sin atrapar a Oz en este breve espacio. Por lo que respecta el pelinegro, tampoco es que tenga una mejor experiencia. Las alteraciones de la voz le producen un dolor mayor, provocándole la necesidad de posar su mano sobre el parche con intención vana de tranquilizarlo.

—«¿Qué percibes?» —pues para sí mismo la vibración resulta tolerable, aunque quizá se pueda escuchar algún gruñido, dada la molestia generada por la voz.

No recibe una respuesta clara entre tanto gruñido, y si Dai se atreviera a decir algo no lograría escucharlo muy bien.

En poco tiempo el otro lado hace su aparición, ya sea por suerte o desgracia. A simple vista, no logra identificar el lugar exacto donde el pasaje les lleva, pero no importa, pues la mera posibilidad de salir de ahí es suficiente para que la perspectiva de Aiur cambie drásticamente. Retira la mano posada sobre el parche con tal de recurrir en poco tiempo a esa medicina.

Así pues, con los pies puestos en el techo del museo, se le puede observar cómo se termina de administrar la medicina directamente desde su abdomen. Ha intentado hacerlo con cierta discreción, pero es muy poco probable que el director no se percate de ello. No solo por sus gestos, también por el atisbo del poder maligno proveniente de Aiur. Si el director decide prestarle atención a lo que hace, podrá ver que la jeringa que sostiene entre sus manos es muy similar a la que los diabéticos emplean y, además de ese detalle, la piel de esa zona está repleta de algunos símbolos supuestamente tatuados que tal vez acompaña alguna cicatriz. También le vuelve a suceder el incidente de la nariz, pero no parece ser muy grave.

—No esperaba tal reacción... —en voz baja para sí mismo con la mirada en su propio torso.

Suspira para mantenerse sereno, dado que parcialmente siente cierto estrés por las conclusiones que se puedan extraer de esto. No es lo mismo tratar con un humano ignorante de lo arcano a alguien familiarizado con este tipo de percepciones.

En cualquier caso, el cuerpo le pide estarse quieto un rato y qué mejor que tener unas vistas de un atardecer anaranjado, que para según quién, con un toque romántico.

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La respiración de Dai se había vuelto bastante lenta y sus sentidos se hallaban todavía más sensibles. Su percepción del entorno solía cambiar cuando llevaba a cabo algo como tal, mas no dejaba ver ni un ápice de ello. Solo lucía serio como habitualmente, observando al chico hasta verlo avanzar hacia la oscuridad.

Lo usual era que las vibraciones causaran desconcierto y tal vez temor, mas ninguna clase de dolor. Estaba atento al chico y cada uno de sus movimientos, por lo que captó su atención el gesto que tuvo respecto al parche que llevaba. Mas no le sorprendió, pues la presencia de su huésped fue más intensa para el peliblanco. No se le era complejo interpretar lo que ocurría.

«Me pregunto si en aquel lugar continuaría acompañándolo»

Si las vibraciones lo habían afectado de cierta forma, sopesaba que lo más probable era que no. ¿Oz sabría sobre «aquel lugar»? Dudaba que no, mas no lo daba por sentado. De momento, prefería almacenar la duda y que esta se desvelara por sí sola.

Solo apartó la mirada del chico cuando la puerta se abrió bajo su voluntad. Se aseguró de que Oz la cruzara primero.

Al salir, continuó mirando a su acompañante, siguiendo sus movimientos y gestos. Era claro que no se sentía del todo bien.

—Sugiero que tome asiento —dice, invitándolo a sentarse en la silla que estaba detrás del pelinegro.

Había materializado aquel asiento de madera oscura solo para que el residente tomara asiento. En la ubicación en la cual estaban, la superficie del techo era plana, por lo que la silla se encontraba bien situada y la única forma en la cual podría caerse Oz, sería desmayándose prácticamente.

Nota las marcas en el abdomen ajeno, las analiza brevemente y luego vuelve al rostro de su compañía, cuya nariz había comenzado a sangrar. Esta vez podría hacer algo más directo al respecto, así que se acerca y le extiende un pañuelo azul pastel que extrajo de uno de los bolsillos del blazer. Era un pañuelo común y corriente imbuido solamente con un agradable aroma y suave textura.

—Me disculpo por el malestar de ambos —hace una pequeña inclinación con la cabeza, acompañando su disculpa.

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No esperaba que los acontecimientos tomaran este rumbo, ni que Dai mostrara semejante habilidad de forma tan inesperada. Si hubiera previsto esto, habría intentado inhibir a la voz para tener una conversación más normal a pesar de que hacerlo con frecuencia puede ser peligroso. Por un alto precio, había asegurado que el demonio estuviera presente como un salvoconducto en caso de que las cosas se torcieran. Al final, lo que encontraron fue a un hombre decidido a llevar a cabo sus nobles propósitos, y un precio a pagar con sufrimiento y la evidencia de que esta conversación involucraba a tres en lugar de solo dos.

—«nO...» —expresa en vano.

El demonio intenta ejercer cierta presión en el cuerpo de Oz, pero se encuentra con una resistencia inesperada por la inyección. En este instante, su acompañante puede percibir como un poder asfixiante, agresivo e inestable se va disipando lentamente, dejando paso a una energía más tenue y controlada. Resultaría erróneo interpretar que el poder de Oz es débil, a pesar de la tenue percepción. Su cuerpo alberga una gran cantidad de sigilos con el propósito de inhibir a Aiur, lo que tiene como resultado que su propio poder quede reducido a un chiste. Sin embargo, en los momentos de mayor calma y claridad mental es cuando su verdadero poder puede percibirse mejor si Oz lo desea, porque los sigilos no actúan con tanta severidad y puede ser mejor él mismo. Se trata de un poder similar a la presencia tranquila y majestuosa de la luna en el cielo nocturno. Sereno, místico y fascinante.

Considera la sugerencia con cierta perplejidad, mientras sus ojos deambulan por el entorno en busca de alguna señal. De reojo se percata de la presencia del objeto a sus espaldas y, sin objetar ni negarse, decide tomar asiento no sin antes dejar de administrarse la inyección y ocultar de nuevo su piel. Luego, se acomoda en el asiento y alza la vista, encontrándose con la mano extendida que sostiene el elegante pañuelo.

Observa detenidamente el objeto mientras escucha las disculpas que le ofrece y, aunque inicialmente no desea aceptar la ayuda, después de unos segundos de reflexión mientras extrae su vaper de los bolsillos, lo acepta. Esta vez recurre al aparato por estrés más que por gusto, prefiere reflejarse relativamente tranquilo que súmamente preocupado.

—Era cuestión de tiempo, no vuestra culpa —aclara mientras exhala. No acepta sus disculpas.

A continuación se quita el sombrero y lo deja en el suelo junto a él, luego se retira el parche para acabar en el mismo lugar. Bajo el accesorio se descubre que el ojo ahora descubierto también está padeciendo el mismo efecto, pero firmemente cerrado mostrándose el párpado dañado por la gran cicatriz. Pese lo mal que pueda parecer, no notará dolor hasta horas después cuando se disipen los efectos de la medicina.

—Va a resultar más factible compraros uno nuevo —mientras intenta limpiarse, refiriéndose al pañuelo.

Sin recurrir al agua lo único que consigue es dejar impregnada su tez pálida de una ligera pigmentación carmesí, y sin poder ver su reflejo lo más probable es que parezca que le acaban de dar una tunda.

A decir verdad aguarda por cualquier palabra sobre lo que acaba de suceder. Extraño le resultaría que se callara al respecto y se limite a disculparse por nada.

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Poco a poco percibía cómo la presencia del huésped del pelinegro disminuía, deduciendo que la razón se hallaba en la inyección que había penetrado la piel del susodicho.

Si la aparición del líquido carmín se debía expresamente a lo que Dai deducía como una especie de neutralizador aplicado, especulaba que tal vez era una situación común para Oz, una que no parecía muy favorable para su cuerpo.

Por otro lado, se hallaban los diversos símbolos que notó en la clara piel del chico. No podía asegurar el propósito o motivo de cada uno, pero de lo que sí estaba seguro, era de que aún no cumplían sus propósitos si es que de sigilos se trataban, al menos el único tipo de sigilos que el peliblanco conocía. De ser así, ¿algún día los cumplirían?

Exhaló por la nariz, como si en aquel soplo soltara parte de sus pensamientos entrecruzados.

—Su bienestar es menester —responde, dando a entender que no le preocupa lo que le ocurra al pañuelo—. Podría detener el malestar si me lo permite. Procuraría que la inyección no fuese vana —agrega como explicación, pues no interceptaría el propósito de lo que aparentaba ser una dizque medicina.

No solo van dirigidas sus palabras al chico, sino que su mirada también. Tenía los ojos puestos en el rostro de Oz, cuyo ojo cerrado capturaba mayormente su atención visual.

Ese tipo de sanación no era su dedicación, pero se encontraba estrechamente relacionado con la transmutación. Por ende, podría lidiar perfectamente con la situación. No era generalmente una persona osada, por lo que de encontrarse con un imprevisto, se detendría si el chance no se tratara de un ciento por ciento.

En espera de la respuesta a su nueva propuesta, se posa junto a su compañía, respetando ambos espacios personales. Luego, clava la mirada en el paisaje, cuyo anaranjado se torna más intenso a medida que la oscuridad desciende, impecable hasta el final.

Última modificación realizada por Thane (El 29-05-2023 à 23h32)

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Se desliza el pañuelo repetidamente sobre su piel, absorbiendo lo que puede, diluyendo el preciado azul y mezclando su aroma con el metálico olor del sufrimiento. Aún quedan varios minutos para que el tormento de Aiur cese, que será cuando entre en su leve letargo, por lo que considera innecesaria la oferta que acaba de escuchar. Decide detenerse en su tarea de limpieza y se inclina hacia adelante, manteniendo la cabeza baja pero lo suficiente para elevar la mirada hacia el horizonte. Las gotas continúan cayendo como lágrimas sobre sus manos. Las contempla con detenimiento después de tirar el vaper sobre el sombrero.

—No. He observado de primera mano que disponéis de habilidades excepcionales, pero... —exhala mientras se pasa la mano más limpia por la nariz—. Si vuestro deseo os obliga a ello, comprobad vos mismo vuestro límite —siente que no le va a creer diga lo que diga así que igualmente le cede la oportunidad.

Tal vez lo único que podría lidiar sería el problema de la nariz, pues el ojo no se trata de una simple herida. Sin entrar en detalles, al contemplar el ojo abierto podría verse que brota del sello que tiene y rechaza cualquier práctica aplicada.

Como fuere, mientras el peliblanco sopesa qué hacer, observa de reojo el atardecer. Se lo toma con un poco más de calma, reflexionando un poco sobre toda esta situación.

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Residente retirado

《 Million dollar man 》

I don't know how you convince them and get them, but
I don't know what you do, it's unbelievable
And I don't know how you get over, get over
Someone as dangerous, tainted and flawed as you

IA:
Septiane.

Residente:
Tian Rue Ouyang.

Fotografía:

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Ocupación:
Onmyouji.

Cuarto:
20.

Desea compartir cuarto:
Sí.

Compañero de cuarto:
—

Narrativas, encuestas, anécdotas y demás:

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Narrativas:

１. I n i c i o : Mi llegada a IRO.
２. I n i c i o : Primer día en IRO.

Anécdotas:

Anécdota II: LGBTIQ+

Rol:

Lo importante que es la vida de un pato || ft. Jay, Kuon, Boris || Finalizado
¿A los patos les gustan las coles? || ft. Boris & Aysha || Finalizado
Arrendajo || ft. Tian Rue, Sirena & Oz; Dai & Dekiru || Finalizado

Pines:

Gossips:

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Chico turbio

Mira, creo que está ocurriendo algo ahí... ¿Una pelea? Seamos discretas. Es ese tipo con ropa china... Me da muy mala vibra. No me sorprende si hizo algo malo. Creo que llegó hace poco.

x

Sobre... Jay.

Recto como el metal, frágil como el hierro. Ingenuo.

Sobre... Kuon.

Juguetito para masticar. Lindo.

Sobre... Boris.

Relajado, carente de criterio o tal vez apático. Agradable, agudo y perspicaz.

Sobre... Aysha.

Una doncella, linda y pura. Al ser mágica tienta suavemente el terrero  a su alrededor.

Sobre... Oz.

Interesante, peligroso.

Sobre... Sirena.

Una curiosa mezcla entre ingenuidad y astucia.

Sobre... Dekiru.

Desagradablemente obediente, demasiado amable para su bienestar. Lindo.

Sobre... Dai.

Sin opinión. Sentimiento de desdén hacia su persona.

Pin Discord:

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ID:

Última modificación realizada por Septiane (El 05-11-2023 à 19h12)

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— Contacto —

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Sonrió en los ojos al oír la respuesta de Oz, mas no apartó la vista del horizonte. Había dejado de pestañear, por lo que le permitía a la inocencia del Astro Rey penetrar sus retinas. Sun gazing tenía entendido que le llamaban en el occidente.

«¿Deseaba realmente información sobre mis "poderes"?» se preguntó en sus adentros.

—No lo presionaré —introdujo, dejando entrever en su voz que no era lo único que diría—. Sin embargo, me temo que seré más persistente con la idea de llevarlo a un hospital.

Varios segundos tras sus palabras, voltea hacia el pelinegro y le extiende otro pañuelo azul pastel, solo que este tenía un elegante bordado dorado en las orillas. Lo había extraído también de uno de los bolsillos del blazer.
Dai tenía afán por los pañuelos, y si bien aquel era el último que le quedaba en estos momentos, tenía más en su estancia privada.

—Le sugiero no frotar y dejar la tela quieta mientras absorbe la sangre.

Podría parecer una contradicción no querer presionarlo y a la vez ser más persistente con la segunda opción.
Dai buscaba soluciones y alternativas. No pretendía presionarlo ni insistirle detener el sangrado él mismo, pero Oz continuaba teniendo un cuerpo físico y pensaba que podrían ayudarlo aunque sea de manera superficial.

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He doesn't play for the money he wins
He don't play for respect

２. I n i c i o : Primer día en IRO.

Relato:

Sería mentira decir que lo primero que hizo Tian Rue fue utilizar el tiempo del primer día para acomodar sus pertenencias en la habitación. Lo primero que hizo fue dejar las cosas sin más y dirigirse a la cafetería. No era un glotón, pero siempre disfrutaba de las nuevas experiencias, ¿y no acaso comer carne falsa contaba como una? Tenía que probarlo.

El sabor resultó ser bastante... bueno, normal. También la textura. Era asombroso como algo falso podía pasar por lo original tan fácilmente. Le resultaba también curioso como todos los alimentos eran de origen vegetal, pero viendo la presencia de una pequeña granja podía entender a donde se dirigía la institución. Un mundo utópico y agradable, esa clase de lugar, donde se podía respirar.

«Que pacifico.»

Se preguntaba qué dirían esos defensores de alimentarse de la carne y sonrió para sí mismo. Sería divertido verlo. Por su parte, a Tian Rue no podía importarle menos o más que un montón de animales murieran, eran solo eso, animales. Seres sin razonamiento, no le causaban algún interés en particular. Vivir o morir, ¿qué importaba para esas criaturas? Aunque... si tuvieran razonamiento, otra cosa sería. «Se sublevarían sin duda.» Eso, definitivamente, sería interesante. Ah, que pena, que pena. Su mente se desviaba a problemas que consideraba divertidos y entonces, al ver que nada existía, se sentía aburrido. El problema de querer siempre arreglar cosas.

Estiró sus brazos, relajándose y después de pagar, se retiró con pasos tranquilos. Todavía quedaba mucho por visitar, y definitivamente, quería poner un pie en esa mágica granja. Quería ver un pato.

P i n   d e   a c c e s o   :   Discord

✩ Nombre:
Tian Rue Ouyang.

Última modificación realizada por Septiane (El 30-05-2023 à 22h05)

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— Contacto —

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—«Dos tonterías van que escucho en una misma tarde» —tras escuchar la palabra "hospital". La primera consiste en la pregunta por su seguridad.

Permanece en silencio, sin emitir palabra alguna. En cambio, incorpora ligeramente y apoya su cabeza sobre su brazo, que descansa sobre el muslo. Contempla al peliblanco con su único ojo abierto, esperando a que escupa sus vanas persistencias mientras continúa el leve goteo arqueando la ceja.

Una vez más, se le ofrece un pañuelo, lo que despierta la curiosidad de cuántos más podría haber y si todos compartirán el mismo azul que sus ojos. Sin embargo, en lugar de aceptarlo, toma la mano del ofrecimiento mientras se levanta y se coloca frente a él. No respeta su espacio personal, tal vez causando una mala impresión de lo que vaya a suceder, pues busca que observe muy de cerca ese ojo que le va a mostrar. Por lo que respecta la mano del director la posa sobre su propio pecho, en particular sobre una zona donde pueda notar los latidos de su corazón. Esto lo hace con dos intenciones: que no necesita un maldito hospital porque está más que relajado, y que le invita a ser contundente si se siente amenazado.

—¿Tampoco habéis leído mi recomendación? —en realidad le está señalando que parece que no haya leído la nota del marcapáginas recordándole el poemario.

Acto seguido, abre el ojo sellado, mostrando en su rostro una mezcla de molestia. No es por dolor ni por la situación en sí, sino más bien porque aún no puede ver con claridad con él. Además, como se ha mencionado previamente, del sello que cubre el ojo brota todo este enredo carmesí, pero se puede notar cómo poco a poco se está curando por sí mismo.

—Debo saber vuestra perspectiva sobre esto, no cómo agrandáis vuestra contradicción—añade tras su pregunta, pues todas sus últimas palabras le han resultado una clara contradicción.

Su mano continúa retenida, no quiere dejarlo ir porque le resulta importante su respuesta. Su tono es más serio que antes, enfatizando que no diga tonterías o se ponga demasiado filosófico. Toda palabra que diga va a suponer un gran cambio para el residente, sea o no mirar en qué puente de mala muerte acabar.

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Se irgue a la par de Oz, igualando su velocidad debido al agarre de la mano. Esto fue inesperado para Dai, mas no hubo sorpresa en su rostro, solo siguió la mirada del pelinegro mientras que mantenía en todo momento el pañuelo entre sus dedos.
No le hacía mucha gracia el actuar del residente esta vez debido a que no estaba acostumbrado al contacto físico. Sin embargo, no mostró ni sintió enojo al respecto. Solo se trataba de una incomodidad que progresivamente fue desvaneciendo.

Desvió unos segundos las pupilas al lugar en el cual posteriormente fue llevada su mano. No percibió latidos con facilidad debido a que no tenía toda la palma extendida al sostener el pañuelo. Esto le podía indicar que no había señales de alerta, de lo contrario, cada palpitar sería bastante intenso y rápido.

En cuanto regresó los ojos a los de Oz, notó la singularidad del siniestro. Una figura y un color diferente se presentaban frente a él, pero lo más inusual para Dai en esos momentos fue en realidad una señal de que se estaba curando por sí mismo, o al menos así parecía ser. Y dada la posición de su mano y que el sangrado no se detenía todavía, algunas gotas habían comenzado a tocar su morena piel.

—Podrá tener el control que más desee con objetos, no personas. Su libertad termina donde empieza la del otro; creo que lo sabe bastante bien —responde, queriendo decir que no por haberle hecho una recomendación, sugerencia u orden, significaría que la acataría—, pero agradezco su recomendación.

De alguna forma, percibía cierta preocupación de Oz con dicha recomendación y agradecía aquello. No obstante, tenía la libertad de decidir por y para sí mismo.

No continúa su hablar de inmediato, sino que se toma su tiempo en el rostro del chico. Había estado observando solo el ojo rojizo, pero acaba decidiendo observar ambos, uno luego del otro.

—¿Prefiere la teoría? Lamento haberlo abrumado —responde en cuanto a lo último.

Prácticamente le había estado concediendo saber más sobre sus «poderes», aquella pregunta que el mismo pelinegro había dicho que consideraba más osado preguntar. A raíz de esto, parecía ser que no era Dai quien se dizque contradecía, pues había rechazado conocer más sobre estos al no permitirle detener el sangrado.

Respecto a la mano presa, no hace esfuerzo de quitarla. Solo la apartaría en cuanto sintiera que Oz la soltaría a menos que percibiera algún peligro hacia su persona.

De pronto la brisa en el techo se vuelve un poco más intensa, causando que el cabello tras la oreja del peliblanco dejara su sitio para colarse en parte de su rostro a merced de la dirección del viento.

Última modificación realizada por Thane (El 31-05-2023 à 02h59)

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El arte de la contemplación

Oz & Dai | Cerrado  | En curso

Un torrente de frustración recorre por su mente, pues su respuesta le resulta bastante desacertada tras este incidente. Si bien es cierto que no es quién para dar órdenes, las intenciones del pelinegro plantean un dilema ético complejo. Cree que en ciertos casos, principalmente cuando se trata de proteger la vida y seguridad de alguien, puede ser justificable tomar ese control. Pero, a pesar de ser consciente de que este tipo de intervenciones debe ser proporcional para respetar a la otra persona, no lo está haciendo de la manera más justa. Además, actuando por su propia cuenta, tampoco ofrece la oportunidad de ser comprendido por muy noble que sea su gesto.

En él yace un conflicto pues, si tanto procura protegerlo de sí mismo, ¿por qué cruzar la línea y alcanzar este punto? ¿Ha merecido la pena en este caso seguir la inocente intuición sin hacer caso de las advertencias de la voz? Mejor dicho, ¿la voz tenía la plena razón? Así es como de la frustración pasa a la confusión y, con el lamento del peliblanco, al autodesprecio.

Las escasas lágrimas que parten del sello y surcan hacia el fin de su rostro parecen el vivo reflejo de cómo está lidiando su condena. Le frustra no lograr hacer las cosas correctamente, y ver tanta indulgencia e impasibilidad ante sus errores le hacen interpretar menosprecio. Podría decirse que Dai le provoca una sensación similar a la que le transmite el jefe, lo cual lo ha llevado a desafiar su propia regla de no entablar amistades. Sin embargo, la diferencia radica en que no siente ninguna autoridad ante Dai y eso le da vía a cuestionarlo de diversas formas... sean o no las correctas. Eso nos permite un breve inciso sobre su comportamiento... que es harina de otro costal. Intenta ser la mejor versión de sí mismo pese su hándicap y sin incumplir ninguna orden, pero no significa que se ajuste a lo que se espera de cualquiera.

—No estoy... —calla su respuesta, y si tuviera la razón no estaría con la mirada en otra parte por sentirse indigno de corresponder sus ojos.

Tenía la certeza de lo que quería expresar con este atrevimiento, pero las palabras se alejan fuera de su alcance. Si no fuera por estar en ese techo, de nuevo ya habría escapado para no continuar hiriéndole, según su perspectiva.

—No logro comprender cómo vuestra conciencia puede mantenerse tan imperturbable después de haber intentado heriros —le hace saber tras una tensa pausa.

Siempre se responsabiliza por completo de las acciones de la voz, pese a que ahora es muy evidente que no es obra de su portador.

La mano pierde considerablemente el agarre mas no la aparta, como si su inconsciente buscara un atisbo de confort en ella. Empieza a cuestionarse cuándo debería marcharse de la residencia y cómo va a reportar todo esto a su superior.

Oh, gran Aiur, cómo os gusta tener a este elfo a vuestra merced incluso en vuestro hermoso letargo.

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Lo importante que es la vida de un pato.

Tian Rue || Abierto || En curso

Según el folleto, la granja era alguna clase de santuario animal. No mataban a los animales, no los mantenían para su ingesta, sino simplemente para que... lucieran bonitos. Era curioso, Tian Rue entendía que era algo posible desde la lógica, había leído de los animales de compañía y terapéuticos, pero más allá de eso le resultaba incomprensible. En la mansión... bueno, entre sus pares no había tal cosa como el amor dedicado a los animales.

«Tal vez ni siquiera a los humanos.»

Que gran misterio. Su mano derecha pulsó y recordó lo que se sentía partirle el pescuezo a un ave.

La granja resultó ser un lugar cálido y agradable. Había variedad de animales, y curioso, Tian Rue se cruzó de brazos, escondiendo sus manos bajo la tela de su kimono. Le gustaba estar cálido. Mientras, con la mirada, buscaba en su camino algún animal de su interés. Una pata con sus polluelos caminaba balanceándose como solo un pato hacía y sus crías la seguían, balanceándose aún más graciosamente con sus débiles piernas.

Uno de los polluelos perdió el equilibrio y cayó de espaldas, siendo dejado atrás por su madre y el resto de sus hermanos. «Ah..., que pena.» Tian Rue no era un experto en animales, mucho menos en patos, pero había visto esa escena antes: las criadas cuidaban animales para después cocinarlos. Las crías de patos eran inusitadamente frágiles. Frágiles y estúpidas. Le miró con desgana, esperando a que el pequeño pato tuviera la fuerza para recuperarse y volviera a caminar en sus dos patas, en cambio el animal solo pataleaba histéricamente, cada vez más débilmente. El pato moriría asfixiado si no lograba recuperarse, de la misma manera que una tortuga lo haría. Que frágil era la vida.

off rol: #SavePatito2023

Última modificación realizada por Septiane (El 01-06-2023 à 02h04)

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— Contacto —

El arte de la contemplación

Oz & Dai ❙ Cerrado ❙ En curso⌛

Dai interpretaba que Oz se encontraba en una especie de dilema o conflicto en su interior. Sus palabras le dieron una pista, además, de que otro propósito de la inyección podría ser ponerlo a salvo de aquel ser de densa vibra que lo acompañaba. Progresivamente conocía aquel chico frente a él, cuya mirada se hallaba en un ignoto lugar ahora. En su interior se había posado cierta calidez; de algun forma le estaba pareciendo un niño pequeño, pero comprendía su actuar y la situación aunque a su manera. No lo subestimaba ni miraba en menos sin importar lo que estuviera sintiendo (Dai).

—No habría muerto, de lo contrario ningún esfuerzo ni intento suyo para detenerlo habría funcionado. Parece ser que aún no es mi turno de desvanecer. Puede intentar mover mar, cielo y tierra para detener la muerte, mas nada de ello sirve cuando la persona debe marchar. Lo contrario sucede con lo que llaman «milagro» frente a lo que parece ser una muerte segura, pero fallida. Nadie escapa de lo que debe aprender sin importar cuánto se intente evitar —hace una pausa, en la cual asciende la mano atrapada hacia el rostro de Oz, en cuyo ojo posa con delicadeza el pañuelo y mantiene allí la mano. Ya que el agarre había perdido fuerza, pudo realizar el movimiento sin problema independiente de si el chico continuaba tomando esta—. No me pongo en peligro de forma innecesaria. Tal como desconozco sus capacidades, desconoce usted las mías. Tampoco pretendo provocar a su compañía.

Si Oz no apartaba la mano del moreno, movería el pañuelo bajo el ojo con minuciosidad y palmearía el lugar con delicadeza, procurando que el objeto absorbiera bien todo resto y rastro del líquido carmesí en la medida de lo posible.

—Me tomo la osadía de recordarle que posee un cuerpo físico sin importar las capacidades que posea. Todo organismo vivo tiene su tiempo de caducidad a menos que pertenezca a otro mundo y plano, donde existen las excepciones.

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❅Jay • Room 12❅

Lo importante que es la vida de un pato

Tian Rue - Jay | Abierto | En Curso

Unos cuantos días después, el pelirosa se animó a visitar el huerto nuevamente. En esta ocasión, decidió llevar unas cuántas flores para decorar lo que sería su cuarto. Entrar en el invernadero ahora no suponía un riesgo para él, desde que recibió aquella piedra especial de manos de Sumire, una amiga que había hecho hace un tiempo, y que actualmente, había dejado la residencia.

Jay se apresuró a salir con una maceta en sus manos, cuando observó una situación peculiar en la granja, la cuál no estaba tan alejada del huerto; un pequeño patito había sido dejado atrás por su madre y sus hermanos, luego de haber perdido el equilibrio y haber caído hacia atrás. El ojiazul no dudó en sentir lástima por la frágil criatura, eso sumado a que, dentro de sus habilidades como ser faerico, estaba la comprensión hacia todo ser vivo. Aunque hubo un detalle que le llamó la atención: frente a la escena, había una persona, contemplando aquello como si de un espectáculo se tratase. Internamente, se preguntó porqué aquel chico no hacía nada por ayudar a la cria, siendo que  estaba ahí mismo. Aquella actitud no hizo mas que molestarle de sobremanera.

Al sentir la desesperación de aquel patito no dudó en acudir a su auxilio, dejando en el suelo, la maceta que había cogido anteriormente.

Una vez ayudó al pequeño pato a ponerse nuevamente de pie, se incorporó sobre si mismo y posó la mirada, en aquel joven que estaba a unos cuántos pasos de distancia. Se trataba de un chico de cabellos negro, vestido de ropas orientales, ya con sólo ver su actitud y postura, no le caía bien.

—Ha debido de ser muy divertido ver cómo un ser vivo perdía la vida, ante tu incompetencia—había seriedad y molestia en su voz.—Si buscas disfrutar con el sufrimiento ajeno, te aviso, que este no es lugar para tus idioteces—ha dicho lanzándole una mirada llena de desprecio.

No entendía el porqué de sus acciones, pero tampoco merecía una justificación. Simplemente, le pareció cruel y ridículo.

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El arte de la contemplación

Oz & Dai | Cerrado  | En curso

Los pensamientos invasivos se entrelazan con la conversación sobre un tema que le resulta familiar y, a pesar de interpretarlo como un ligero reproche,  capta su atención lo suficiente como para establecer nuevamente contacto visual con cautela. ¿Quién hubiera pensado que esas palabras se dirigirían a un explorador de las fuerzas cósmicas de la vida, la muerte y la no-muerte? Sin embargo, presta atención, porque Oz no es un nigromante despiadado más que disfruta jugando con esos aspectos oscuros. Su fe le impide utilizar formas invertidas y dañinas de magia curativa o nigromancia, tal y como dictaminan los preceptos de la Dama Lunar Sehanine, la diosa élfica de los elfos lunares. Aunque comprende sus limitaciones, esas palabras podrían ofrecerle una nueva perspectiva sobre la necesidad de recurrir a ellas.

Sin objeción, y considerando que no vale la pena discutir sobre ello, se mantiene de acuerdo en que no habría muerto, mas no convencido de que no habría funcionado. Sumido en sus pensamientos sobre el nuevo tema, permite que su mano se suelte y se aleje, manteniendo la suya no muy lejos de donde estaba. Sus pensamientos son interrumpidos por el gesto y, causado por el acto reflejo, entrecierra los ojos similar a un gato que recibe un repentino chorro de agua como castigo. En un segundo retorna a su expresión habitual, con el ceño ligeramente fruncido y con un leve rubor en los extremos de las orejas. Habitualmente jamás espera este tipo de tratos y, en algunos casos, le genera cierto estrés por no saber cómo responder a ello. Se deja hacer. Siente que no está en potestad de quejarse por su buena intención.

Quizá Dai tenga cierta razón en su nueva afirmación, pero ¿cómo podría evitar desencadenar la ira de un ser inherentemente maligno? ¿Cómo podría un solo hombre defenderse contra el poder de un ser capaz de someter imperios? Para el pelinegro, la respuesta es clara: no puede hacerlo sin la intervención de su guardián. Trata de no subestimar las habilidades del peliblanco en ese sentido pero, con la respuesta en la punta de la lengua, no puede evitarlo. A menos que sea un experto en demonología o que su propio poder resulte ser equivalente. Como fuere, en esta ocasión decide guardar esa información para sí mismo.

Con un par de parpadeos tras esa presión, Oz puede vislumbrar claramente el rostro que tiene ante él, mientras Dai puede notar que su ojo ya ha sido restaurado y que su labor no duraría tanto tiempo. A lo largo de todos los años que ha deambulado por este mundo, es la primera vez que contempla a alguien sin el parche. Se siente maravillado y libre de poder hacerlo, a pesar de que en ese mismo instante continúa recibiendo el regaño.

—Dai... —empieza a mencionar pensativo practicamente cuando termina sus palabras.

Tiene una idea. Una gran idea desde su perspectiva. Solo necesita una cosa: su consentimiento. Le detiene lo que esté haciendo con la mano tomándole del antebrazo, si es que prosigue con ello, para que le preste plena atención.

—... acepte mi protección. No más inyecciones ni pañuelos, solo una bendición lunar que lo mantenga al margen ante vuestra presencia... —en su mirada se denota la impaciencia por saber su respuesta, la misma que sentía al enviarle el marcapáginas por correspondencia. Aunque se desvanece al percatarse de un detalle—. No pretendo controlar nada... —aclara ante su propuesta, pues en general sí intenta tener todo bajo control para que todo fluya como debería ser—. ... solo os ruego que lo penséis ahora para aprovechar su sueño y no repetir este suceso —prosigue argumentando—. Soy su eterno custodio y no importa desconocer vuestras plenas capacidades, sé que no vais a poder evitar su provocación y su necesidad de llevarme al límite por vos. A no ser que sopeséis que la mejor decisión sea alejarme, incluso si supone marchar de vuestra residencia si se torna constante —concluye, aguardando por su libre decisión.

No lo pone entredicho por gusto, pues que sea conocedor de su inquilino es un riesgo principalmente para Oz. En este momento anhela que acepte esta solución, pero se esfuerza por no ser egoísta.

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